No lugares





El metro es una serpiente magnifica y eléctrica, es nuestra limosina, nuestro pan de cada
día en ciudad monstruo. A veces cambias de estación cada tres minutos,
solo unos cuantos abrir y cerrar de ojos. Los túneles son oscuros, dan miedo, si vas
hasta delante o hasta atrás puedes ver las luces guías y, aun así, sigue siendo igual
de aterrador. Puedes ver las curvas a las que se enfrenta – e incluso sentirlas
cuando son muy abruptas- puedes ver pasar del lado contrario otro convoy, solo para
saber, que la ciudad no se recorre en línea recta. Yo no crecí en una ciudad con
metro y no entendía como se provocaban los choques, no sabía cómo la gente sabía
moverse ahí dentro, con sus miles de escaleras llenas de esos azulejos de roca gris
que se conforman de un marmoleado tosco y abstracto -de lo que en realidad serían
vestigios de seres marinos- y las eléctricas que parecían kilométricas de igual
forma. No entendía los transbordos y parecía una ciega siendo guiada por todos
esos pasillos llenos de luminarias fosforescentes, como las de todas las secundarias
a las que asistí. Algunas parpadeantes, otras eficientes, otras que, aunque no
sirvieran estaban ahí. En la ciudad aprendí que los adictos suelen romperlas para
que las autoridades no puedan ver su actividad sospechosa, su actividad ilegal, sin
embargo, eso no parecía un problema dentro de las instalaciones, al menos en las
líneas donde yo solía rondar nunca vi ninguna faltante en ninguna estación del
metro de la Ciudad de México. Cuando era niña nuestra teacher del Colegio
Católico nos enseñó un video de la Oreja de Van Gogh, ese grupo dosmilero que
nunca me gustó. El video era acerca de una chica y un chico que entraban a
diferentes vagones de la serpiente máquina y se miraban de lejos, parecía “amor a
primera vista” -o eso es lo que recuerda mi mente de niña de nueve años- y cuando
estaban a punto de dar el siguiente paso, esas luces se apagaban en el subte de
Madrid. Después aparecían imágenes memoriales de una tragedia, recuerdo haber
visto una pierna totalmente independiente dentro de esas fotografías espantosas.
Yo siempre creí que había sido un choque y desde ese momento el metro me
atemorizo, sobre todo porque mi familia tenía una anécdota al respecto. Uno de
mis tíos abuelos fue camillero y cuando un par de trenes se estamparon, su ayuda
inmediata fue solicitada. Una mujer abrazando con todas sus fuerzas a un bebé de
tan solo unos cuantos meses quedo prensada en los tubos del vagón; no sobrevivió.
Mi tío abuelo salvó al bebé y contactó a los familiares –no sé si fue en el año 75-
pero nuestra familia recibió algunas gallinas como recompensa.

Recuerdo también la primera vez que viaje en el metro, tampoco sabía cómo
funcionaban las tarjetas, solo escuchaba el ¡pip! Y mi madre pasaba los reguiletes
¡pip! Y luego yo ¡pip! y luego mi tío. Perdí el miedo cuando veía que las personas
tal como autómatas vivían su cotidianidad en lo que es un transporte público como
cualquier otro, claro, y después de que vi a mi tío durmiéndose de pie con una
mano agarrada en el tubo de metal y la otra sosteniendo el palito de una manzana
de caramelo.

Dicen que hasta ahora se han registrado de 35 a 50 muertes al año dentro de las
instalaciones. Una amiga de hace algunos años y yo entramos a la misma
preparatoria y tomábamos la misma ruta, aunque no siempre nos encontrábamos.
El primer día de escuela yo llegué, probablemente, en un convoy antes que ella y
realice las actividades que se volverían comunes en mi rutina de camino a la
preparatoria por los próximos dos años. También íbamos en el mismo salón; ella
llegó dos o tres horas tarde, nos dijo que alguien se había arrojado a las vías y que
el tren se detuvo. No sé en qué estación fue y los noticieros tampoco arrojan
mucha información, solo dos o tres párrafos de cuatro líneas cada uno; algunos
artículos acerca del tema solo son estadísticos, son demasiado discretos,
demasiado indiferentes, son tantos los accidentes que ya no les importa cubrir la
noticia. Llaman a la línea dos y tres los “no lugares” porque –dicen- son las dos
rutas que acumulan más suicidios al año. Yo no sabía por qué las llamaban así,
luego leí que es porque ahí se quitan la vida de forma anónima y pasan
desapercibidos, tal como un espacio liminal, yo pienso simplemente que, en los no
lugares, en las no horas, nadie ocupa los vagones, nadie se forma en los andenes,
que más bien, los lugares sobran y cada vez que alguien se suicida un asiento deja
de ocuparse. Dicen que han desaparecido al menos 153 personas dentro de las
instalaciones y no sé a qué atribuirlo, mis únicas dos opciones me parecen igual de
aterradoras, porque no es solo ciudad monstruo, es maquina transporte serpiente
limosina monstruo.

En el psiquiátrico tuve una compañera -adicta al clonazepam como todos alguna vez
- que era taquillera del metro y cada que lo necesitaba, la internaban,
Fray San Bernardino, Ramón de la fuente, San Fernando, y decía que ellos por ser
trabajadores tenían descuento, tomando en cuenta todo el daño psicológico que suelen
adquirir, sobre todo los choferes de la bestia naranja al arrollar a una, dos, tres, veinte
personas accidentalmente. Los periódicos son amarillistas y gráficos, son burlones y
despreciables, pero en internet tienes que ser muy listo –o muy mañoso- para encontrar
información detallada. Decimos “accidentalmente” porque sabemos que hay un punto
en el que el colectivo no se puede detener, y ellos presencian todo. Los pocos videos de
las cámaras de seguridad que se suben a internet en el momento de la acción son
explícitos, pero no verás ni una gota de sangre, en cambio, los videos que se suben
después del incidente, que la gente graba con sus celulares sin saber bien que ha
pasado, pero haciéndose a la idea, suelen ser más desgarradores porque escuchas a la
gente gritar por alguien que no conocen. Solo en algunos videos de las cámaras de seguridad vez la
reacción violenta de algunas personas de forma silenciosa, y a veces eso también es
muy visceral; ambos generan un shock, pero lo audible es una cosa y lo visual es otra.
A veces quisiera poder recorrerlo de pies a cabeza y prestar atención a todo.
Recuerdo haber recorrido trayectorias que me hacían sentir perdida y los carteles eran
inútiles. Largos pasillos llenos de locales que, aunque con las luces cálidas encendidas,
no había ni una persona dentro, locales repletos de libros, tanto anaqueles como
vitrinas, o con amplias exhibiciones de ropa pasada de moda, vestidos con una sarta
de lentejuelas y maniquíes de los 70’s quienes los portaban, con sus pelucas
hiperrealistas de fleco y cabello en capas peinado hacia afuera, cabello probablemente
real, de alguien ya probablemente fallecida, y no sé si lo que vi pasó en realidad, solo
sé que eran pasillos y andenes y reguiletes en diferentes direcciones con personas que
no se detenían, como los convoyes que desbarataban a los suicidas. Algunos de los
vigilantes han dado sus testimonios. Hay personas que han quedado varadas en las vías,
el metro inmóvil, y como, algunas veces, tienen que mover el metro para poder sacar el
cuerpo, la carne se prende con la corriente eléctrica, huele a carne quemada y no
pueden hacer nada, la carne se enciende y no pueden hacer nada porque está pegada a
las vías. Un cuerpo que no solo está chamuscado y mutilado, también está triste, estuvo
triste.

Videos gore, los infames sitios gore donde solo los nosécómollamarlos descubren, y te
preguntas si la muerte realmente es lo más aterrador o lo que pasará después de la
muerte, no hablo del aspecto metafísico (dios nos ha abandonado):


Y aún ahí, las mismas personas que veían cosas que no-se-deben-ver los
despreciaban, aun ahí a pesar de todo. Aunque no fueran visibles, había personas de los
ciber no lugares, que silenciosamente concordaban, y eran los mismos que
fantaseaban con mujeres-torso, mujeres sin dientes ni ningún arma para
defenderse, eran los mismos que, aunque alguna mujer no cumpliera esas
expectativas no le importaría en lo absoluto, y, alguien como yo, seguiría siendo
carne para su antojo, para su sometimiento y placer en aquella visión enfermiza.


Y por eso prefieren contratar embalsamadoras y mujeres en las funerarias y morgues.

No lugares, en todos lados y en ningún lugar, solo sitios ocultos en el núcleo enfermo,
una división ininteligible totalmente tangible cuando vas demasiado lejos en la
expedición, solo un cuarto de servicio al costado de los pasillos, abierto y oxidado,
vacío, gotea y es verde, verde moho, verde que no te quiero verde. Arañarías las
paredes y las uñas te quedarían negras al igual que lo son los charcos negros que
hacen sus sedimentos ahí y crecen renacuajos que nadan sobre los fósiles, un
pasadizo, un cuarto del que no te tienes que preocupar, un cuarto oculto detrás de
la propaganda, yo tuve un novio que quiso hacer un video snuff conmigo, pasillo
remojado con luces parpadeantes, cuarto infinito, cuarto no sabes a donde
conduce, un novio que me amordazo y me quería matar, corredizo secreto,
corredizo nunca he visto a nadie dentro, corredizo 153 desaparecidos, cuartito de
intrusos, de desconocidos, para darme una lección de que el suicidio no era la
solución, cuartito de caras negras, caras desvanecidas, solo cuartito cuando lo
miras desprevenidamente de camino a tu destino, pizarra llena de fotocopias de
desaparecidos, pasillo uncanny, fotocopias de mala calidad una encima de otra,
todas personas diferentes de camino a la central del norte, pasillo aquí no es cierto,
no pasillo, vagón no vida, vagón no respuestas, tinta que mancha todos sus rasgos
y decirme ¿ves? No te quieres morir en realidad.
Al menos ahora sé quién recogerá mi cuerpo mutilado por llantas, por vigas,
al menos ahora sé, quien pondrá mis restos en una bolsa negra de basura porque no hay
más opciones, no hay más protocolos, una bolsa negra de basura y carne quemada,
ahora sé y no tengo miedo.

Quedo en manos de quien se atreve, manos de quien hace bromas de camino a
recogerme, que irá a comer después de verme a pesar de mi horror, quedo en
manos de quien a pesar de su oficio trata de disfrutar la vida y no entiende nada de
nada. Quedo en buenas manos.




Home








Copyright © 2023 Beatriz A. Menelik